Sonaba “Volver” de Gardel mientras Concha hacía sus maletas para regresar a Valencia. Casualidad, pensó. Veinte años no son nada pero, ¿y sesenta? Ni buenos amigos ni amigas, ni mala familia, nadie la recibiría ya en el aeropuerto.
Huyó de la niebla franquista hacía a la luz de París. Tantos años como professora de literatura moderna en la Sorbona, la habían absorbido totalmente. No le quedaba nada en Valencia, excepto una cosa.
Su alma estaba aferrada a un sentimiento que la forzaba a volver antes de morir. Una esperanza humilde pervivía en su corazón y memoria desde niña. Únicamente le restaba encontrar los cadáveres de sus padres, fusilados en Paterna el 5 de abril del 1941.
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