La crisis llegó al corral. Menos comida para las gallinas, cerdos y conejos que luchaban entre si por alcanzar las migajas que les lanzaba el amo. Todos domesticados, ninguno se quejaba para no recibir una patada de él o un mordisco de su fiel perro pastor.
Los hambrientos perros de caza observaban también su ración menguar mientras la panza del amo aumentaba. Ellos podían lograr su propia comida pero únicamente en libertad. Así, encerrados, tan sólo esperaban con impaciencia el dia de caza para poder disfrutar de la naturaleza y saborear temporalmente la presa, mientras la llevaban al amo entre los dientes.
Tres de los perros de caza escaparon por un agujero del corral. Uno de ellos murió atropellado el primer día en la carretera. Los otros dos encontraron un bosque plagado de liebres. Les sonaba el lugar porque estaba cerca de donde cazaba su amo. No sé por cuanto tiempo pero, ese día, vivieron felices y libres.
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